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UNIVERSOS PARALELOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un inocente en Babilonia

Diego A. Manrique

El mismo sir Jagger soltaba la liebre: los Rolling Stones habían pasado una semana grabando en París. Para los fieles, un nuevo disco significa que habrá gira; el pundonor de los Stones exige editar material fresco antes de salir a la carretera, para alejar el fantasma de que viven de la nostalgia por tiempos (evidentemente) mejores.

Un interesante subtexto: los Rolling Stones siguen funcionando como nómadas fiscales. Para evitar pagar impuestos en Reino Unido o en Estados Unidos establecen sus domicilios oficiales en latitudes menos exigentes. Pueden residir hasta 180 días en sus países favoritos, pero a la hora de ensayar o grabar, enfilan hacia Canadá, el Caribe o la Europa continental.

Según un reciente libro, Under their thumb, tienen empleados que contabilizan los días que pasan en Londres, Nueva York, Connecticut o donde esté su casa favorita. Sus avisos son órdenes: cuando se acercan a esa cifra peligrosa, vuelan hacia climas fiscalmente más relajados.

El autor de Under their thumb es Bill German, un seguidor del grupo que puso en marcha una revista dedicada a los Stones, Beggars banquet. Regularmente, German recibía varapalos del entorno del grupo: "¡No puedes decir que Keith está en su apartamento de Manhattan! A todos los efectos, vive en Jamaica".

Bill German, un fan, cuenta el funcionamiento interno de los Rolling Stones

Cabe imaginar que Hacienda tendrá otros métodos para seguir la pista a millonarios remolones pero semejante paranoia revela mucho sobre el ambiente dentro de la organización. Beggars banquet empezó en 1978, cuando no había Internet. En los ochenta, era lectura obligada para la corte de sus Satánicas Majestades. Hasta Mick o Keith la revisaban, para ver qué estaba haciendo el enemigo íntimo. Y sus mujeres también aplicaban la lupa, para detectar infidelidades.

Under their thumb no ganará ningún premio literario, incluso dentro de los modestos estándares de la bibliografía del rock. Pero es una mina para los que ansiamos saber cómo funciona internamente una de las más formidables instituciones de la música pop. Las autobiografías y los documentales oficiales tienden a coagularse en un collage de anécdotas y tópicos; muchos asuntos decisivos quedan entre brumas. German, un abstemio que nunca firmó contrato de confidencialidad, explica algunos de sus misterios.

Así, el hecho de que, en las últimas giras, los Stones ya no acudan a participar en jam sessions con amigos. Lo hacían en 1981: ahora sale un CD y un DVD que recoge su encuentro con Muddy Waters en un club de Chicago. Pero los términos de sus actuales seguros de cancelación no cubren los accidentes que puedan ocurrir fuera de los estadios, el hotel o el transporte entre ambos puntos.

En contra del mito de Keith-como-alma-del-grupo, parece que Jagger tiene la última palabra sobre el repertorio de cada gira; la idea de que decidan tocar algo no ensayado resulta literalmente impensable. Cualquier capricho podría atascar la mecánica del montaje audiovisual.

German ratifica otros elementos de la leyenda negra: la tacañería con sus asalariados, compatible con la tolerancia para que algunos se monten chanchullos para revender entradas. El control estricto de la imagen que quieren proyectar: si van a filmar un concierto, las primeras filas se llenan de gente guapa, incluso contratando modelos despampanantes.

Todo va minando el entusiasmo de Bill. Cuando fracasa el proyecto del actor Ben Stiller para una película sobre la subcultura de los adoradores de los Stones, se descubre viviendo en un apartamento infecto, pobre (seguir a la "mejor banda de rock 'n roll" es caro) y con escasas posibilidades de formar pareja: precavido, evita salir con groupies que compartan su fanatismo. En 1996, cierra Beggars banquet y reingresa en la vida real. Cabe imaginar la reacción de sus antiguos amigos al ver ahora tan revelador libro: la contrariedad de Jagger, la carcajada oxidada de Richards, el deleite de Ronnie Wood. ¿Y Charlie Watts? Indiferencia: en veinte años, el seco baterista nunca encontró tiempo para una entrevista con Beggars banquet.

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